La miré de nuevo, intentando recordar cómo era ella antes de hoy, en mi memoria. Sí, era ella. Muy cambiada, pero era ella. O, al menos, la nueva Marta escondía algo de la Marta de antaño en su interior. Era obvio que la sonrisa aniñada se había perdido en el tiempo, y en ese momento deseé con todas mis fuerzas que, aunque sólo fuera cuando nadie la observara, fuera capaz de volver a sonreír. Sus ojos estaban humedecidos, le brillaban las mejillas con la tenue luz que proporcionaba la pequeña vela que titilaba junto a mis flores demacradas. Sabía que no debía decirle nada al respecto, siempre fue muy orgullosa y jamás admitiría que había estado llorando. Al menos no lo admitiría delante de mí.
Mientras el silencio nos envolvía, me sentí otra vez culpable. Ahora estaba completamente convencido de que ese psicólogo fue una pérdida de tiempo. Esa estúpida sensación nuevamente. ¿Es que no podía dejarme en paz? ¿Por qué tenía que sentirme responsable de la pesadilla que me atormentaba por las noches? Esos ojos espectantes que aguardaban una reacción me inquietaban. Sentía cómo me condenaban desde lo más profundo de su ser... ¿o era yo el que me condenaba en su mirada? Giré la cabeza para observar la calle, intentando desviar la mirada de sus ojos inquisidores.
— ¿Quieres tomar algo? Pareces cansado... ¡Venga! Te invito a algo, así podremos hablar un rato— fueron las palabras que usó para devolverme bruscamente a la realidad de la que estaba intentando escapar. Tan sólo pude asentir con la cabeza, y comenzamos a caminar calle abajo—. Cualquiera diría que no te alegras de verme— volvió a decir ella, ante mi incómodo silencio.
— Perdona, es que me ha resultado extraño encontrarme de nuevo contigo, aquí, ahora, y no sé si despertaré de un momento a otro— era incapaz de pensar en algo coherente a estas alturas. Sencillamente, era demasiado doloroso. Estaba junto a mí la hermana pequeña de Claudia. De alguna manera, no podía dejar de sentirme incómodo. Era una estupidez, era consciente de ello, pero... ¡mierda! No podía evitarlo. ¡Joder! Yo no hice nada, ella no era Claudia, pero esos ojos...—. Bueno, ¿y qué tal estos cuatro años en Holanda?
— Cinco, y en Bélgica— se limitó a responder mientras abría una pequeña puerta con cristaleras, y pasaba al interior de un pub bastante solitario.
— Cinco... cómo pasa el tiempo— en ese momento fui más consciente que nunca de lo rápido que puede llegar a pasar el tiempo, sin cumplir con su misión de borrar los recuerdos que desearías poder extirpar de tu interior, aunque fuera usando una simple cuchara. Maldije mil veces al tiempo, por llevarse de forma tan rápida unas cosas, y por dejarme con su doloroso recuerdo para mi eternidad.
— Me licencié el año pasado, y he regresado a casa. Tenía ganas de volver. Echaba esto de menos. Allí es todo tan diferente...— hizo una pausa mientras le pedía al camarero un par de bebidas. Diferente. Allí era diferente. Es lo que acababa de decir: allí todo era distinto. En ese momento, lo hubiera dado todo por irme inmediatamente a Bélgica. Yo también quería estar en un lugar diferente. Pero no me sentía capaz.
— Yo hoy iré a una entrevista de trabajo. Es una multinacional que acaba de instalarse por aquí. Creo que será mi gran oportunidad de tener un trabajo decente. Por eso no podía dormir— mentí, a la vez que le daba las gracias al camarero, y movía el vaso intentando ahogar los cubitos de hielo.
— Todo irá bien, seguro que lo consigues. Por cierto, aún no me has preguntado cómo sabía que estarías allí— fijó su mirada en mí, mientras bebía despacio. Cierto era que, últimamente, mi vida no era muy normal. Aún menos normal que antes, quiero decir. Pero se me había olvidado completamente el hecho de que caminar a las tres de la mañana un día como hoy no era algo que hacía habitualmente la gente. Mi vida comenzaba a ser cada vez más horrible que antes, por el mero hecho de no darme cuenta de detalles como ese. Pero una cosa estaba clara: no volvería a ver a aquél capullo que se hacía llamar psicólogo.
— Bueno, supongo... supongo que no suelo ir a muchos sitios últimamente— dije, siendo consciente el instante posterior a terminar la frase, de la estupidez que acababa de decir. ¡Joder! Eran las tres de la mañana, nadie espera una respuesta interesante a nada a estas horas. ¡A la mierda! Levanté el vaso y bebí todo lo que pude. Cuando bajé la vista, me pareció ver que una fugaz sonrisa acababa de desaparecer de sus labios, pero no estaba seguro.
— Ven, vamos a bailar— tiró suavemente de mis brazos sin darme tiempo a resistirme. Me sentía estúpido, confuso, y totalmente perdido. No sé cuál de las tres cosas me daba mayor terror. Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido, Sentía la imperiosa necesidad de salir de allí. Me costaba respirar, y comenzaba a tener calor. Estaba ardiendo. Comencé a retroceder a tientas. Necesitaba aire, aunque fuera el abrasante calor de una noche de verano. Necesitaba espacio. Lo necesitaba ya.
No recuerdo cómo llegué afuera. Estaba sentado en la acerca, respirando lentamente. Ya volvía a ser parte del mundo, de un mundo que no era mi pesadilla. Oí un coche frenar. Estaba otra vez en la realidad, para bien o para mal. Oí unos pasos acercarse de forma apresurada. Era un bonito sonido.
— ¿Estás bien? Estaba preocupada, parecía que te ibas a caer de un momento a otro. ¿Quieres que te acompañe a casa?— su voz sonaba acelerada, y pude vislumbrar un atisbo de temor. Pero no supe distinguir hacia quién era el temor.
— Lo siento... no me sentía bien. Me estaba mareando. Debe ser agotamiento, no te preocupes— volví a mentir una vez más.
— Espera, llamo a un taxi, y te acompaño a casa— me secó el sudor con un pañuelo de tela. Era extraño ver estos pañuelos hoy día por aquí. Olía a perfume, y era suave, de color azul pastel. Seguramente sería belga. Volví a oír los pasos nuevamente, esta vez alejándose, llevándose consigo el dulce aroma, dejándome en mi soledad, otra vez.
No sé cuánto tiempo pasó. No debió ser mucho, vivo cerca de allí, y en coche no deben ser más de cinco minutos, pero me pareció toda una eternidad. ¿Por qué me inquietaba tanto su presencia? ¿Quizás serían remordimientos? Pero... ¿de qué? ¿de no haber muerto yo también? Mierda, otra vez no... Ya quedó claro que no era culpa mía, no era culpa mía... Entonces... ¿por qué no lo siento así? Por fin el taxi se detiene. Hemos llegado. Necesito dormir, necesito descansar, pero lo que realmente necesito, es olvidar.
— ¿Tienes mi número? — ¿El de casa? — Sí, aún no tengo móvil. Mañana compraré una tarjeta. — Sí, lo tengo. — Llámame luego, quiero saber cómo te ha ido la entrevista. — Lo haré, descuida. — Si no llamas tú, llamaré yo. — Tranquila, no se me olvidará. No se me... olvidará. — Adiós— se giró rápidamente, y marchó escaleras abajo. Sus pasos volvían a resonar en el silencio de la noche. Un sonido de pasos que no podría olvidar en los próximos días.
Estaba de nuevo en mi casa. Era mi fortaleza y mi prisión al mismo tiempo. Necesitaba estar en ella, pero quería irme y no volver jamás. Era todo tan confuso... Contemplé mi cama deshecha. Me estaba llamando. Me susurraba al oído. Miré el despertador, no marcaba las cuatro y media aún. Necesitaba dormir, cada vez quedaba menos para mi entrevista de trabajo. Necesitaba ese trabajo. Necesitaba empezar mi vida otra vez más. Abracé mi almohada, y ella me acarició, hasta que me rendí al sueño, que sonrió al verme de nuevo. |
No va mal. Me gusta. Aunque el pobre prota nos está quedando un tanto neurótico xD
A ver quién sigue ahora... y si alguien es capaz de arreglar el caos de plantilla, se lo agradeceríamos eternamente.